En fin, al mal tiempo buena cara. Bueno, lo de mal tiempo según por donde se mire. El cielo azul durante toda la jornada, pero el termómetro ha estado entre los 2 y los -3 grados, con una ligera brisa heladora. Nuestros guantes, gorros y bufandas perfectamente apilados en las maletas (¡cuánto os hemos echado de menos!). Además, el hecho de que vengamos de las tropicales tierras bilbaínas no ha ayudado a la aclimatación. Será cuestión de tiempo...
El apartamento, céntricamente situado junto a la plaza Oktogon, nos va a dar esa libertad que siempre buscamos en nuestros viajes. Muy coqueto, con buena calefacción y todo lo que necesitamos para pasar esta semana. Se accede desde la calle a través de un patio, para luego, a modo de corrala acceder a tu pisito. El ascensor, y todo el edificio es tan antiguo como la mayoría de los edificios de esta ciudad.
La primera toma de contacto con Budapest la hemos hecho sin rumbo fijo, para ir descubriendo rincones, plazas, decoraciones navideñas, puestos ambulantes, cafés, bares de ruina (ya os hablaremos en otra ocasión qué es esto)... Tendremos tiempo de ir parándonos en cada detalle con más calma.
La ciudad está muy animada en estas fechas, como os podréis imaginar. Además, nos está llamando mucho la atención la decoración de los locales, bares, cafeterías, restaurantes, etc. todos ellos con un toque muy modernete, con mucho gusto a la hora de poner las cosas. Esto promete!
De vuelta en el apartamento, y con lo puesto, hemos empezado a degustar las delicias húngaras, centradas en su mayor parte en el cerdo, por herencia de la ocupación turca que, por su religión, era lo único que no podían comer y a lo que se aferraron los pobres húngaros en aquella época.
Con la tripa llena, tan solo rezamos para que nuestras maletas estén embarcadas en el siguiente vuelo de Brussels!
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